Feliz 2011

– “Me han dicho que Ud. es un político”.
– “Le han dicho bien”
– “Ya pueden Uds. hacer algo porque, ahora mismo, son Uds. para la gente un problema, equiparable, más o menos, al terrorismo”.

No estoy seguro de que fueran sus palabras textuales, pero no tengo duda del sentido de lo que me quería decir:
– Los políticos somos percibidos como problema.
– Y no como un problema cualquiera, sino uno de sus principales problemas. Como lo es el terrorismo.

Hace un par de días que mantuve esta conversación con un médico, en Madrid, al entrar en su consulta.

El día de hoy, el último del año 2010, es un día en el que supongo que todos dedicamos un cierto tiempo a girar nuestra mirada, siquiera sea superficial, a los 364 que le han precedido para…

No estoy seguro para qué. En principio, podría uno suponer que para sacar provecho de esa mirada, de acuerdo con lo que recoge el refrán vasco de “atzeak erakusten du aurreak nola dantzatu”. Pero, insisto, esto es todo menos seguro.

En todo caso, es justamente la conversación, que acabo de transcribir más arriba, la que ha acudido a mi memoria a la hora de mirar y en algún sentido resumir el año 2010, que yo también intento despedir. Y qué otra cosa desearía más que el que ese resumen fuera para todos, para mí incluido, el escarmiento necesario para que, dentro de un año, el 31 de Diciembre del 2011, pudiera despedir al año, que mañana comenzaremos, con una visión radicalmente distinta.

El año 2010 es indiscutiblemente, por lo que al Estado español se refiere –y no sólo a él- , el año de la crisis económica y de la crisis política. Es un diagnóstico prácticamente unánime, mientras no se entre a buscar culpables y/o responsables. No hay sino que leer-escuchar los resúmenes y mensajes de fin de año, que proliferan estos días.

Es imposible discrepar de ese análisis mientras se mantenga en ese nivel de generalidad. Mis propias, y más hondas, preocupaciones sobre lo que ha sido o dejado de ser el año 2010 van, sin embargo, más allá.

Hemos entrado en una crisis económica de pantalón largo. Es imposible, ahora mismo, discernir con claridad el alcance y profundidad de la crisis política en la que, por muy diversos motivos, y en distintos ámbitos, hemos entrado en el Estado español. Pero tengo para mí, que más allá de todo ello, es la política, ella misma, su razón de ser, su utilidad, su percepción por los ciudadanos la que ha entrado en una crisis de alcance y hondura realmente preocupantes.

Con esa sensación dominante despido el año 2010.

Y no soy, al respecto, muy optimista tampoco para el año 2011.

El año 2011, en primavera, celebraremos elecciones autonómicas, forales (aquí) y municipales y ello tendrá consecuencias claras en el clima y en el escenario políticos. En Euskadi y allí en la política española. El año 2011 Zapatero, y los socialistas, se las verán y se las desearán para no seguir cuesta abajo en la pendiente electoral. En el año 2011 Rajoy tendrá que hacer del PP un partido creíble de gobierno que, además de tener buenas perspectivas electorales, no suscite el temor y rechazo visceral de los que no son suyos. En el año 2011, el Lehendakari Lopez y Basagoiti tendrán que hacer frente, todavía con más claridad, al dilema de o bien seguir, pase lo que pase y piense lo que piense la sociedad vasca mayoritariamente- por el camino emprendido de gobernar en contra del nacionalismo vasco, y, específicamente del PNV, o bien empezar a girar. En el año 2011, el PNV tendrá el desafío de, más allá de haber acertado a ejercer de oposición, ser capaz, también, de transmitir a la sociedad vasca en su conjunto su capacidad para liderar al País Vasco en unas condiciones y circunstancias nuevas, como son las que van haciendo emerger la crisis económica y política actuales. En el año 2011, la izquierda abertzale tendrá que hacer, sí o sí, si quiere despedir el año con un mensaje que transmitir a la sociedad vasca, eso que no ha sabido-querido-podido hacer en los últimos cuarenta años. En el año 2011…

Pero, volviendo al diagnóstico al que me refería anteriormente, hay algo que ojala hagamos todos, empecemos a hacer cuando menos en el año 2011: renovar la política ella misma. Renovar partidos. Renovar Instituciones. Renovar reglas de juego en aquellos y en éstas. Renovar… ¿qué no?

Feliz 2011.

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El mensaje del Rey

Leo hoy que la audiencia de ETB2 bajó lo que no está escrito con ocasión del discurso del Rey del pasado día víspera de Navidad. No me extraña nada. Ni un poquito.

Siempre he pensado que uno de los trabajos menos agradecidos, más sufridos, de todo portavoz político-parlamentario es el de tener que reaccionar al discurso del Rey del día 24. Nadie, si por su propio interés y atracción fuera, estaría atento a lo que dice o deja de decir ese día el Rey, de quien se espera todo menos un discurso novedoso. Pero todos, y cada uno, se sienten obligados, forzados incluso, a opinar sobre el mismo.

Se trata de un guión escrito del que el PP ni el PSOE pueden salirse ni medio milímetro: les toca valorar positivamente, más allá de matices. Y el resto, en resumen, se ven y se lo desean para decir algo que pueda tener algún interés.

No sé si el discurso del Rey, y discursos más o menos análogos, tuvieron su tiempo. Pero si lo tuvieron, se les fue. Hoy nadie espera a ese tipo de discursos para nada, ni para comer el turrón por Navidad ni para beber una copa de vino o cava para despedir y/o dar la bienvenida a un Año. Simplemente están out.

Espero que, cuando el nuevo equipo de Gobierno del País Vasco, PSOE+PP, y sus acólitos en EITB, decidieron que merecía la pena sumarse a la retransmisión, el día víspera de Navidad, del discurso del Rey, no le hicieran creyendo que con ello aumentaban la audiencia de EITB. Espero que lo hicieran sólo por las mismas razones por las que pusieron en marcha un Gobierno que, a la vista está, ni respondía a los deseos de la ciudadanía vasca ni, como se está viendo, iba a responder a sus necesidades y preocupaciones: Había que crear un Gobierno por razones y para quehaceres ideológico-constitucionalistas, y lo crearon. Había que retransmitir el mensaje del Rey –a pesar de que dicho mensaje estaba siendo retransmitido ya sobreabundantemente desde otros medios de comunicación- por idénticas razones, y se pusieron a retransmitirlo.

Ahora, en EITB –por cierto no sólo con ocasión del mensaje del Rey-, y en el resto de las acciones de Gobierno, van recogiendo paso a paso los frutos de esa siembra sin sentido, a destiempo, y, de nulo –dejémoslo en “casi”con generosidad- provecho para nadie. Como se ve, ni para el Rey.


Entre turrón y turrón

Todavía no se me ha pasado del todo la sorpresa que supuso para mí la intervención, en tiempo de réplica a los grupos parlamentarios, del presidente de Gobierno, Rodríguez Zapatero, en el último día del último de los plenos de la temporada que celebramos el pasado día 22 de Diciembre, hace cinco días.

Había acudido al Pleno para informar sobre el consejo europeo de los días 16 y 17 de diciembre en Bruselas. Los diputados éramos más o menos conscientes de la importancia del citado Consejo, pero lo cierto es que la sesión transcurría en tono más bien bajo, con tintes más bien de puro trámite. Tras la primera intervención del presidente, habían hablado también los portavoces de todos los grupos parlamentarios, y pareciera, dada la fecha y demás circunstancias del Pleno, que, en tiempo de réplica, el presidente se iba a limitar con cumplir con las formalidades de rigor y despedirse con un “Feliz Navidad para todo el mundo” de rigor.

No fue así. No, al menos, para mí. Para mi sorpresa Zapatero se lanzó a lo que, si no estoy muy equivocado, y la memoria no me falla, constituyó, si bien en brevedad, uno de los discursos más lúcidos, y quiero creer que más francos y sinceros, de cuantos le he escuchado desde que la crisis económica apareció entre nosotros y nos cambió –no empezó a cambiar- la vida, toda ella, la política incluida.

Fue tal mi sorpresa que, contra lo que acostumbro, al dejar el presidente la tribuna y empezar a bajar hacia su escaño, no me pude callar y le dije: “me has dejado en la duda de si en estas Navidades tengo que comer turrón o no”.

No me contestó, claro, ni se trataba de que me contestara. Pero sigo dándole vueltas al tema.

Esta vez, estoy seguro, no fue una improvisación del presidente. No hay sino que recordar cómo arrancó su réplica. “Nos encontramos –dijo- hoy ante uno de los debates que puede ser más útil a pesar de que no tenga la intensidad aparente de otros debates en esta Cámara”. No era ésa, desde luego, la sensación ambiental que reinaba en ese momento en la Cámara. Pero él quería decirlo. Y lo dijo apoyándose en dos tipos de afirmaciones. Por un lado, las referidas al momento, francamente especial y trascendente, que vive Europa, como atestiguaban las reflexiones y decisiones del Consejo del que había venido a informar. Y, por otro, las afirmaciones, las más claras y contundentes que yo he podido escuchar de boca del presidente hasta ahora, sobre el alcance y gravedad de la crisis económica en la que se encuentra sumida ahora mismo el estado español. No diré que, por primera vez –aunque debo reconocer que así me sonó- el presidente dejó sentado que la crisis que nos tiene acongojados y sobresaltados es una crisis que, en resumen, puede definirse como crisis de productividad. Había venido preparado y aportó datos: “La productividad en España, desde el año 1996 hasta el año 2007 o hasta el año 2006 ha crecido una media del 0,6 por ciento anual frente al 1,7 de la Unión Europea y el 2,2 de Estados Unidos”. Por lo que concluyó: “hemos ido abriendo una gran brecha de productividad y por tanto de competitividad con Europa y con Estados Unidos”.

Recordé, según hablaba, de todas las veces en las que, durante los seis años que llevo en el Congreso, había intentado argumentar en esa misma dirección y había recibido del Ministro/a de turno la réplica de lo bien que iba la economía en España. Y me acordé, no menos, del Zapatero que, no tanto tiempo atrás, había hablado de la España campeona que iba a alcanzar y superar a no se sabe cuantos otros Estados europeos.

Ahora parece claro para todo el mundo: esto no va. No ha venido yendo. De tiempo atrás. Y ahí, más que en las coyunturas del momento, parece estar la causa de fondo del alcance y profundidad de la crisis que vivimos, y que, como reconoció también el propio Zapatero, viviremos también en el futuro. Acotó algo ese futuro, si bien lo hizo con prudencia, con la frase textual que transcribo: “Son cinco años al menos los que vamos a necesitar para profundizar en todas y cada una de las grandes cuestiones que tenemos”.

A esas grandes cuestiones, que llevan el nombre propio de reformas estructurales, dedicó buena parte de su intervención tras el diagnóstico. He aquí las que nos esperan: Estabilidad fiscal a largo plazo, pensiones, reforma laboral, reducción de cargas administrativas y fortalecer la cooperación autonómica, reforma energética, … no sé si me dejo alguna de las que citó.

La ocasión daba para poco más que para la explicitación de los desafíos pendientes. Y en eso quedó. Si bien con algunos añadidos que, por lo que pueden dar de juego en el futuro, no me resisto a recoger.

El primero de ellos se refiere a que es Europa la que a la vez que nos exige tales reformas constituye también el marco y la oportunidad para llevarlas a cabo (en lo que personalmente estoy plenamente de acuerdo).

El segundo de los añadidos fue para hacer referencia a la oportunidad que dijo haber visto en esta ocasión, en los discursos del resto de los grupos parlamentarios, para abordar estos desafíos desde posturas de consenso. Este punto me sonó más a retórica que otra cosa. Lo iremos viendo, en todo caso, en los próximos meses.

El tercero fue para insistir, una vez más, en que él está decidido, cueste lo que cueste, a llevar a cabo dichas reformas. Lo que iremos viendo también.

Fue tras todo esto que le dije lo del turrón. Sinceramente no me esperaba ese día y con esa ocasión el discurso que soltó. Acostumbrado a escuchar a Zapatero, y a sus Ministros, en estos seis años, discursos, reflexiones y análisis que, si por algo, me han llamado la atención por un cierto escapismo y por falta de realismo en su diagnóstico económico, el pasado día 22 me llamó la atención más bien por lo contrario. ¿Estamos ante un nuevo Zapatero?”, me pregunté a mí mismo. Y no diré que me respondí, pero debe reconocer que, al menos por un momento, me pasó por la cabeza lo siguiente: ¿A ver si ahora que todo el mundo da a Zp por descontado, políticamente hablando, quienes, como yo, nunca le hemos tenido por santo de nuestra devoción vamos a tener que encomendarnos, siquiera por un tiempo, a él?

Al momento siguiente me dije a mí mismo: “Tendré que hacerme ver este ir contracorriente, no sea que…”

En esas estoy estos día de Navidad y fin de año, entre mordisco y mordisco de turrón, rumiando esto y lo otro


A propósito de controladores

Ha habido, como siempre, una variedad amplia de temas, parlamentariamente hablando, en la semana que hemos dejado atrás. Mucha mayor variedad de la que seguramente tienen conciencia la inmensa mayoría de los ciudadanos, incluidos entre ellos los más informados.

Entre esa variedad voy a destacar, por lo que a mi propia actividad parlamentaria se refiere, la que ha girado en torno al tema de los controladores aeronáuticos. El pasado martes, día 14, celebramos en la Comisión de Fomento una larga, y entiendo que interesante e intensa sesión parlamentaria, sobre la problemática de dicho colectivo, especialmente en el último año. Era, en algún sentido, una comparecencia que venía a complementar la que, en sesión plenaria, había presidido el jueves anterior, día 9, el propio presidente de Gobierno, informando de la decisión adoptada días antes por el ejecutivo de declarar el estado de alarma. Dos días más tarde, el pasado jueves día 16, nuevamente en sesión plenaria, a solicitud del Gobierno, mantuvimos un debate sobre, y autorizamos, la prolongación del citado estado de alarma.

No hemos celebrado todavía, con seguridad, el último de los debates al respecto. Pero, creo sinceramente, que nos vamos aclarando. Yo mismo, por no hablar de otros.

Todavía recuerdo, como si hubiera sido ayer, cómo Blanco, en una cena informal que nos ofreció en el Ministerio, recién nombrado Ministro, planteó, entre otros muchos temas, el “escándalo” de los controladores. Recuerdo que a la persona del Ministerio que se sentaba a mi derecha le dije, ya entonces: el dossier está abierto. Ahora veremos cómo se cierra. En ello seguimos. Y seguiremos.

Lo dije el jueves, cuando me tocó definir y defender la posición de mi grupo de apoyo a la prórroga del Estado de alarma. Treinta años de historia, lamentable como pocas, en las relaciones AENA-controladores no se borran así como así. Y dar con una solución al cabo de esos treinta lamentables años, no digamos nada tras los tan incomprensibles como condenables hechos protagonizados por los controladores en la tarde del día 3 y la mañana del 4 de diciembre, que llevaron al Gobierno al cierre del cielo aéreo español y a la declaración del estado de alarma, requiere mucha resolución y coraje, además de claridad de ideas.

Hemos denunciado, como nadie, el comportamiento de AENA y de sus responsables, incluidos entre ellos los sucesivos Ministros de Fomento, con relación a los controladores. Es difícil imaginar una actuación más irresponsable, además de más sostenida en el tiempo, por parte de responsables administrativos y políticos, en relación con un tema, en el origen de índole laboral que afectaba a un colectivo que al día de hoy debe afectar a alrededor de dos mil quinientas personas. Es a resultas de esta actitud como los controladores, liderados por algo que tengo mis serias dudas de que deba recibir la denominación de sindicato, han ido acumulando privilegios, en relación con sus emolumentos, con sus horarios de trabajo y un sin fin de potestades de autoorganización de su trabajo, hasta el extremo que hemos conocido en los últimos tiempos con evidente y generalizado escándalo.

La irresponsabilidad de AENA y Ministros de turno ha sido tal que no sólo se han dejado arrebatar el dinero de todos y las potestades que por ley habían sido dejadas en sus manos, sino que, además, esta dejación la llevaron, allá por el año 1999, al BOE recogiendo todas esas cesiones, ilegales incluso, en un Convenio laboral.

No es extraño que, a resultas, los controladores se hayan creído tan dueños absolutos de la situación como para lanzarse, tan irresponsable como suicidamente por lo demás, a esos hechos que supusieron, los pasados 3 y 4 de diciembre, un auténtico desastre humano para varios cientos de miles de ciudadanos/as, graves quebrantos económicos para diversos sectores, como el turístico, además de un evidentemente grave problema de imagen para un Estado, no sobrado de ella por lo demás, especialmente en estos últimos tiempos.

Lo he reconocido repetidas veces: por mucho que le doy vueltas en la cabeza no se me ocurre, a mí tampoco, qué otra medida que no fuera el Estado de alarma se podía aplicar para empezar a enderezar la situación. Y no he tenido personalmente duda alguna que, visto lo visto, tampoco había otra alternativa que la prórroga que el pasado jueves apoyamos para, si por algún lado, ir dando con una vía de salida a la situación. Apelaciones genéricas al diálogo como vía de salida, que he escuchado estos días por boca de otros representantes parlamentarios, me han parecido, vista y analizada la situación, tan sin base como cuando, como ocurre tantas veces, a falta de un acuerdo suficiente cualquiera, por ejemplo en el tema energético o en el de pensiones, oigo apelar a la necesidad de supuestos acuerdos de estado de todo el mundo. Inducen a la melancolía.

Fue allá por los meses de febrero-marzo de este año, cuando, a raíz de un Decreto Ley del Gobierno, empezamos en el Congreso a entrar a fondo en el tema de los controladores y creímos dar al Gobierno y a AENA, de forma claramente excepcional, a través de una Ley, el marco para la solución de este tema que se había envenenado hasta extremos insoportables para todo el mundo menos para los controladores. Como ocho meses después, hemos comprobado que aquel marco, y las gestiones desarrolladas por el Gobierno y AENA en el mismo, no han dado los frutos deseados e imaginados. Creímos entonces que, hecha aquella ley, una negociación seria, entre Gobierno-AENA y controladores, en el marco de la misma, podía llevar a resolver este nudo gordiano. Ahora hemos comprobado que no. Que el nudo sigue atado, tan atado, si no más, que entonces y que resolverlo requería otras medidas.

“Hemos cosechado un fracaso político en toda regla”, he dicho una y otra vez. Y me reafirmo en lo dicho.

La alarma creada por los controladores los días 3 y 4 de diciembre ha requerido de medias todavía más excepcionales que el de fijar, como hicimos con la ley aludida, los criterios que debían presidir la negociación del nuevo convenio. La declaración del Estado de alarma ha venido a acotar esa alarma que no a sembrar la misma. Cierto es que ha significado una medida de fuerzas para los controladores. Pero una medida de fuerza acotada a su trabajo en las torres de control se refiere. No les ha afectado en el resto de sus derechos. Y por lo que al resto de los ciudadanos –especialmente los que por una u otra razón tenemos que coger el avión- el estado de alarma ha significado una auténtico alivio. Ahora sólo queda que sirva también para, de una vez, convencer a los controladores que no sólo es inaceptable el que se protagonicen plantes sediciosos como los del día 3 y 4 de Diciembre, sino que tampoco pueden pretender seguir tal cual, como si nada hubiera pasado, en esa supuesta negociación de un nuevo Convenio, sustitutivo del que expiró en 2004 y al que “seis años de negociaciones” no han sabido dar salida.

Veremos cómo reaccionan ahora los controladores, en cuyo tejado está la pelota. Veo y escucho estos días a algunos representantes suyos en los medios de comunicación, y no percibo gran margen para la confianza. Pareciera como si siguieran creyendo que ese juego de sentarse a negociar (¡después de seis años¡), cobrando por cierto horas extras por esas horas de negociación (según manifestó Blanco en la comisión del martes) y con el propósito de mantener los privilegios “arrancados” en el pasado y “consagrados” en un Convenio, pudiera tener todavía margen y continuidad. A mi juicio no lo tiene. No sé qué hará el gobierno. En todo caso, cuantos antes se convenzan los controladores que los tiempos pasados son eso, tiempos pasados, mejor que mejor. Para todos, y también para ellos.

Todavía no alcanzo a entender la abstención del PP del pasado jueves en la votación de la prórroga. Es como si el mundo hubiera empezado a girar al revés: que, en su caso, el PNV y CiU hubiéramos mirado para otro lado y nos hubiéramos abstenido, podía en su caso tener la lógica de que, sabiendo que se trata de dos fuerzas políticas que no sólo no gobiernan hoy sino que tampoco van a tener que gobernar mañana, se hacen los distraídos frente a una medida que pudiera parecer complicada y no cómoda de tomar. Pero que quien se abstenga sea el PP y quienes votemos a favor seamos PNV y CiU, habla de una confusión política en la que sinceramente a quienes hay que pedir aclaración y explicaciones políticas no es a nosotros sino a quienes pomposamente se autodenominan todos los días “principal partido de la oposición llamado a gobernar”.

De todas formas, para decirlo todo: no tuve duda alguna a la hora de definir, defender y votar la posición de mi grupo de que, más allá de la formalidad de lo que cada cual votaba, más de uno y más de dos diputados/as del PP se sentían más identificados con nuestros argumentos y votos que con los suyos propios.

¡Así es la vida! Me consta, por cierto.


450 años de lo mismo

Ya se sabe: los políticos, en general, y de forma destacada aquellos que hacen “obras y monumentos” (del signo que sea) gustan de inauguraciones. Incluso de más de una inauguración por obra, si la ocasión da para ello.

El Ministerio de Fomento, y los/as titulares del mismo, son especialmente inclinados a este tipo de inauguraciones propagandísticas. No llevo la cuenta de las invitaciones que, obra a obra, he venido recibiendo de este Ministerio en el tiempo en que vengo siendo portavoz por el PNV en la Comisión de dicha área.

No soy muy dado a ese tipo de “trabajos”. Ni, por lo demás, me da la vida para todo.

Anteayer hice una excepción. Invitado por el Ministro Blanco me subí al tren, de alta velocidad, que partió a las 11 de la mañana, camino de Cuenca y de Albacete.

A las cinco de la tarde volví a estar en mi despacho, tras la inauguración por los Príncipes de un monolito en Cuenca, y tras escuchar una ristra de discursos en la nueva estación de Albacete, a donde empezará a llegar el tren de alta velocidad, de forma regular, este fin de semana, y camino de Valencia (camino de…, partiendo, cómo no, de esa centralidad sacrosanta en la planificación infraestructural española, que es Madrid, de donde arrancan y donde finalizan todos los caminos, viarios, aeroportuarios y ferroviarios (y también, en buena medida, la gestión administrativa –a falta de tener mar- de los portuarios).

Recojo y hago crónica de estos hechos para, a continuación, trasladar aquí algunas de las reflexiones que, camino de vuelta al Congeso, me hacía a mí mismo, mientras el tren volaba a baja altura y a gran velocidad.

Mi enhorabuena, para empezar, a los conquenses, a los albaceteños/as y a todos los castellano-manchegos que tienen ya “la suerte” de que todas las capitales de su Comunidad Autónoma dispongan de TAV, incluidas las correspondientes estaciones. Enhorabuena sincera.

Me gustaría conocer, en detalle, la intrahistoria que ha acabado en este buen resultado para Castilla La Mancha. Más por curiosidad, y, si se quiere, por envidia que por ninguna otra razón.

Que nadie, en todo caso, me venga con “historias” de que estas buena suerte se deba a PEITs (Plan Estratégico de Infraestructuras de Transporte) u otras supuestas planificaciones rigurosas y transparentes. El tren de alta velocidad, como todo lo que tiene que ver con las infraestructuras de transporte del Estado español, responde a dos coordenadas: por un lado, a la que ha supuesto el proyecto borbónico, seguido a pies juntillas por la derecha e izquierda políticas españolas, de hacer de Madrid, valiéndose para ello del conjunto de las políticas de transporte, la capital administrativa y políticas del Estado. (Aconsejo a mis amigos y amigas, interesados/as en este tema que se hagan con el libro ESPAÑA, CAPITAL PARIS de Germa Bel, de reciente aparición, y sobre el que tengo intención de colgar algún post un día de estos).

Los criterios objetivos y transparentes sobre los que supuestamente se hubiera venido desarrollando la política de infraestructuras del transporte en el Estado español son simplemente una fábula. La única realidad es la construcción política de una España radial, con el centro en Madrid, o, como dice Bel, una España a la búsqueda de su modelo Paris, esto es, a la búsqueda de hacer del Madrid sede cortesana la “capital total”.

Convencido de esto, le he manifestado, en repetidas ocasiones, en estos últimos tiempos, al Ministro Blanco mi disposición a participar en una hoguera (purificadora, al estilo de las de la víspera de San Juan)a la que fueran a parar, para ser inmolados, los innumerables informes de supuestas planificaciones, que el Ministerio ha venido elaborando y haciendo publicas, a través de los tiempos, con Ministros PP y/o Ministros PSOE, con el objetivo, prácticamente único, de entretener y despistar al personal, y así poder seguir jugando a la arbitrariedad y al amiguismo).

Ni planificación, ni gestión transparente, ni nada que se le parezca. Ministro/a a Ministro/a, PP y/o PSOE, han practicado siempre un doble juego: por un lado, se aparenta, mediante gestos, libros y discursos, supuestas planificaciones indicativas. Por otro, Ministro/a a Ministro/a, asimismo PP y/o PSOE, y siempre con la cobertura de los citados planes, han ido prometiendo, priorizando y poniendo en marcha aquellos planes y proyectos que más les convinieran o apetecieran o respondieran a los requerimientos de los mejores conseguidores. (Entre estos últimos, por cierto, tengo el nada dudoso honor de estar, como miembro del Grupo parlamentario del PNV, respecto a la Y vasca).

A los vascos, en general, nos ha ido más bien mal con estas reglas de juego. Los Ministros, como puede comprobarse, por ejemplo, en el ámbito ferroviario, han mirado para otro lado. Por ejemplo, en el tren de alta velocidad, para Andalucía, para Castilla la Mancha, para Valencia, para… Afortunadamente, siguiendo en este mismo ámbito, tuvimos el acierto, en el Grupo Vasco, de forzar un acuerdo sobre el TAV con ocasión de un debate presupuestario. He escrito forzar, y no retiraré este verbo, me lo pida quien me lo pida. Fue en época de la Ministra Magdalena Alvarez. En su época y contra su voluntad, como cuentan las crónicas cómplices a las que nos ha sido dado acceder, conseguimos no sólo acelerar las obras del tramo Vitoria-Bilbao, sino, también, pasar la responsabilidad de la ejecución del tramo Arrasate-Irún al Gobierno Vasco.

No se me olvida que, al respecto, por lo que al TAV se refiere, existe en Euskadi un cierto debate. Respetable, como todos los debates. Pero, desde la exigencia del mismo respeto, debo decir que menos mal que, en su día, concluimos aquel acuerdo y pusimos en marcha, y volvimos indiscutible, la famosa Y vasca. ¡Qué sería de nosotros si nos pilla la crisis económica actual sin aquellos acuerdos!

En la estación de Albacete, donde anteayer tuvo lugar el acto inaugural al que vengo refiriéndome, una Diputada compañera del PSOE fue presentándome a un amplio número de fuerzas civiles y sociales que, desde una participación ciudadana organizada, reivindicaban con orgullo el que, habiendo luchado porque el TAV llegara, un día, a Albacete, podían mostrarse, como se mostraban, mostraban contentos y satisfechos. Tanto o más que el propio Ministro Blanco.

“He venido a entrenarme para cuando el TAV llegue a Gasteiz, Bilbao y San Sebastián”, me cansé de repetir a cuantos se me dirigían más o menos extrañados de mi presencia allí. Y especialmente a los numerosos responsables de la administración central de que eso sea así.

Lo aclaro: nadie, ningún responsable me puso fecha segura para tal acontecimiento, independientemente de mostrar educadamente su genérica buena voluntad.

Conclusión: Los diputados/as del PNV vamos a tener que seguir luchando en Madrid en este tema. La “coyuntura” económica actual vuelve a complicarnos la situación. Y, claro, no podremos contar con ningún “Bono” socialista de turno (el Lehendakari Lopez no se le parece en nada al respecto).

Pero el tren llegará. Y ese día sí, si me invitan, volveré a subir al TAV, con Príncipes y Ministros o sin ellos, para sentir el orgullo que ayer sentían los y la albaceteñas con quienes pude departir tras escuchar la ristra de discursos a la que me he referido anteriormente.

No tendré empacho, incluso, en escuchar eso que observo que dicen los Ministros y Ministras últimamente, cada vez que van a Euskadi a participar en la inauguración de algo que ha sido posible gracias a las enmiendas introducidas por el Grupo parlamentario vasco del PNV: “El Estado –dicen- ha invertido en este proyecto… no sé cuantos millones”

“Pues el Estado soy yo mismo”, da ganas de responder como miembro del grupo parlamentario del PNV, y de hecho algo así he respondido en alguna ocasión.

En todo caso, las celebraciones del tren de alta velocidad están todavía lamentablemente lejanos en Euskadi. Sigue siendo el turno de otros. Y sigue impertérrito, también en los tiempos de la alta velocidad, el proyecto de la España centralista de siempre. O de casi siempre. Dice Germa Bel que todo arranca de cuando Felipe II decidió trasladar la sede de la corte de la monarquía de Toledo a Madrid. En 1561. Falta nada para 450 años.


Crónica de urgencia del Pleno de hoy

Hoy, por si alguien tenía duda, era día de trazos gruesos, como lo ha sido. No se declara todos los días un estado de alarma (es la primera vez que ocurre algo así en democracia, a pesar de que desgracias, como el 11-M, no han faltado). De forma que Zapatero, perfectamente consciente de la situación, y de la oportunidad única que le ofrecía la misma, se nos ha aparecido envuelto, ni más ni menos que en la propia democracia, para presentársenos como el defensor decidido de la misma, “de sus normas e instituciones”.

La verdad es que la actuación, rechazable de todo punto de visto, de los controladores del pasado fin de semana daba pié sobrado para una actuación (sobreactuación, le ha dicho, no sin su punto de razón, Llamazares) como la que hoy ha venido a representar el Presidente en el Parlamento, en el trámite parlamentario al que obliga la Constitución en su artículo 116, en caso de declarar estado de alarma.

Evidentemente, nadie, en su sano juicio, podía salir en defensa de los controladores, tal y como ha ocurrido. El debate, desde ese punto de vista, el indudablemente prevalente hoy, ha dado lo que todos habíamos previsto que iba a dar: más bien poco en términos propiamente de debate parlamentario. Y lo que ha dado, en términos de trazo grueso, muy grueso.

Será el próximo martes, a las diez de la mañana, y en este caso en la Comisión de Fomento donde, en su caso, el debate vaya a tener más recorrido. Ese día, tal como ha anunciado el propio Zapatero, y hemos acordado la mesa y los portavoces al término de la sesión plenaria, comparecerá el ministro Blanco y, se supone, entrará en detalles sobre qué ha ocurrido –qué gestión ha llevado a cabo su Ministerio- con los controladores en el último año, o, al menos, desde la aprobación del Real Decreto……

De forma que la sesión de la comisión del próximo martes será sobre esos temas que sólo de forma muy incidental, de pasada, han asomado en los distintos portavoces en el Pleno de hoy. Si sobre el discurrir de los acontecimientos desde el viernes por la mañana hasta que el Gobierno declara el estado de alarma –que es la crónica de detalle con la que Zp ha abierto su exposición- poco es lo que cabe decir-discrepar, no tiene por qué ocurrir lo mismo con la gestión de este tema por el gobierno, una vez se levantó la veda de los controladores y supimos todos de qué privilegios únicos venían disfrutando los controladores. Ahí hay mucho más campo para el debate, con seguridad. Quien haya seguido el debate de hoy con atención ha podido ver asomar muchos de esos temas. Digamos que han quedado entre enunciados y emplazados para la próxima semana. (Si bien, ya desde ahora, declaro mi escaso optimismo para lo que pueda ocurrir en dicho debate donde, más allá de enfrentamientos más o menos coyunturales, existe un acuerdo o, si se quiere, una necesidad de apoyo mutuo entre el PSOE y el PP al que quizás un día de estos dedique otro post).

Junto al trazo grueso citado y al aplazamiento de diversos trazos finos para la semana que viene, el Pleno de hoy nos ha ofrecido también algo que no me resisto a transcribir.

Lo comentaré, acaso, en otro momento. Pero, la verdad, es que se explica por sí mismo, como un libro abierto.

He aquí la transcripción:

Habla Rajoy:

“Señor presidente del Gobierno, el señor ministro de Fomento es un inútil total. (Protestas.- Rumores.- Aplausos.) Perdón…

El señor PRESIDENTE: Silencio, por favor. Quien ha de llamar al orden o a la cuestión es el presidente de la Cámara. (Protestas.- Rumores.) Silencio, por favor. (Protestas.- Rumores.) Les ruego a todos que guarden silencio.
Adelante, señor Rajoy.

El señor RAJOY BREY: Es un inútil total, con dosis importantes de cara dura… (Protestas.- Rumores.)

El señor PRESIDENTE: Silencio, por favor.

El señor RAJOY BREY: …porque siempre encuentra una excusa para no asumir sus responsabilidades. (Protestas.- Rumores.)
Señorías, no seré yo quien emplee estos calificativos con el señor Blanco ni con nadie. (Rumores.) Tan cariñosos epítetos fueron los que dedicó don Alfredo Pérez Rubalcaba a un ministro de Fomento por unos retrasos en el aeropuerto de Barajas, en el año 1998. (Prolongados aplausos.) Señorías no seré yo quien diga esto del actual ministro ni de nadie… (Rumores.- Varios señores diputados: ¿No?)”

Había que ver algunas caras socialistas (el puesto que ocupo en la mesa del Congreso me da ese privilegio).


A propósito de la política catalana

La verdad es que sigo un tanto a distancia la política vasca. Preciso: lo que los medios de comunicación reflejan de ella.

Por razones varias: porque la vida no da para todo, para empezar. Pero, a estas alturas, tampoco me duelen prendas para reconocer que porque leer que el actual Gobierno vasco, surgido de la confabulación llevada a efecto por el PSOE-PP contra el PNV es “el primer gobierno vasco de izquierda después de treinta años” , como he leído hoy mismo que ha manifestado el inefable Jesús Eguiguren, induce o a la melancolía o al puro pasotismo. La escena política vasca, cada vez que, disponiendo de algún tiempo, observo la misma con algo más de proximidad y atención, me parece de día en día más surrealista: nada es lo que parece. Como si se viviera un sueño surrealista, especialmente pesado además, porque sabemos todos, o cuando menos intuimos, que no vamos a poder despertar de él durante un buen rato, dos años largos al menos.

Espero, y deseo, que las próximas elecciones forales y municipales remuevan esas aguas, que, de otra forma, con este gobierno surgido de la nada y para la nada, pueden volverse hediondas.

Me interesa más, ahora mismo, lo que está ocurriendo en Cataluña. Leo con notable mayor interés y curiosidad la prensa catalana, sus informaciones y reflexiones sobre el post 28 de noviembre.

Tengo, en primer lugar, un notable interés en qué finalmente hace y/o se propone hacer, en concreto, el nuevo President Mas. Su victoria, tras ocho años, allí sí, de eso que, con falsedad en el caso vasco, Eguiguren llama un “gobierno de izquierdas”, responde a muchas preguntas que todos nos hicimos cuando se tomó aquella decisión de “CiU fuera del gobierno”. Pero, al mismo tiempo, suscita numerosas preguntas de por dónde va a ser capaz de enderezar una política catalana que ha sido tan desastrosa en numerosos puntos, algunos especialmente delicados, como el del nuevo Estatut y que ahora mismo está francamente enrevesada.

Mi sensación es que no lo va a tener fácil. Pero iremos viendo. De ahí una parte de mi curiosidad.

Otra parte de mi curiosidad es la que se deriva del fracaso, en toda regla, que ha conocido el susodicho “gobierno de izquierdas”, y sus integrantes. No hemos visto, todavía, todas las consecuencias de lo ocurrido. Sólo hemos empezado a atisbarlas. ¿Cómo no estar curioso sobre lo que los próximos tiempos nos deparan, por ejemplo, del PSC, de Esquerra, del SI de Laporta,…?

No menos curiosidad que lo anterior suscita en mí el intentar ir percibiendo cómo los efectos en Cataluña del 28 de noviembre van a ir influyendo en la política española. No tengo la menor duda de que van a influir. En diversas direcciones. En la política estatal, como tal, en su gobernabilidad por ejemplo, y en los partidos, en cada cual, que se sienten representantes-responsables, prácticamente en exclusiva, de la misma: el PP y seguramente en este caso más, el PSOE. La intrahistoria de las relaciones PSC PSOE siempre me ha resultado de interés y curiosidad, pero, ahora mismo, tras el 28-N casi es el no va más. Apasionante (tan apasionante como anodina es, desde la perspectiva vasca, la historia “análoga” PSE-PSOE, por otra parte).

No voy a ocultar que en mi interés por seguir la política catalana de estos días (que, por lo demás, viene de atrás) está también el ir intentando dibujar las analogías y diferencias que pueda estar habiendo en estos últimos años –dejemos en los ocho últimos años- entre la situación política catalana y la vasca. Y lo que, al respecto, es previsible que ocurra en los próximos tiempos.

He visto que, tras el 28 N, el gobierno vasco y los socialistas han tenido prisa y empeño notable en decir que “una cosa es Cataluña y otra Euskadi”. Les entiendo. Aclaro: les entiendo la necesidad de decirlo. Pero cuando uno recuerda que esos mismos eran quienes, todavía ayer, frente al gobierno de Ibarretxe nos mostraban el ejemplo a seguir de Cataluña, se comprenderá que uno concluya que la necesidad de decir ese tipo de afirmaciones no se compadece necesariamente con la realidad de los hechos.

Seguiré, pues, mirando con atención, y con la ventaja de poder guardar alguna distancia respecto de ella, la política catalana. Y daré tiempo al tiempo. Porque he aquí otro hecho que, ahora mismo, me parece clave e indiscutible para no errar en los análisis y en los pronósticos: estamos metidos de lleno nuevamente, ahora ya todos, en época preelectoral. Me refiero al dato seguro de las elecciones forales/autonómicas y municipales de la próxima primavera (Tengo la impresión progresiva de que el PP, a pesar de su empeño todavía irredento de anticipar las elecciones generales, no va a lograrlo, por lo que dejo, de momento, de lado tal perspectiva).

Y ya se sabe: en épocas preelectorales, nada es exactamente lo que parece. Ni en Cataluña, ni en España, ni en Euskadi. De forma que a todo lo que se lea próximamente sobre la política catalana habrá que meterle la sordina preelectoral de rigor. Y andar con cuidado con extraer conclusiones precipitadas.

Pero ya se sabe, también: tras las elecciones nada es lo mismo. Da igual, además, qué elecciones. No se olvide la historia: la república llegó tras elecciones municipales. No preveo tanta revolución. Pero cambios, no sólo en la políticas municipales-autonómicas (donde sea) y forales (en nuestro caso) seguro. Y lo deseo. Vaya que lo deseo. No diré en cuántas cosas. Me refiero muy especialmente a Euskadi. El menor tiempo en el que las aguas estén estancadas, mejor que mejor para todos.


A las 10 en casa (Miguel Imaz I)

Conocí a Javier Postigo cuando llegué a la Diputación Foral de Gipuzkoa como jefe de gabinete del Diputado General, Eli Galdos. Allá por al año 1991. Trabajamos juntos, en buena sintonía en los años en los que anduve por allí, antes de mi marcha al Congreso.

Cada vez que tropezamos por alguna calle donostiarra, nos saludamos cordialmente.

Cuento todo esto, para, a continuación, dejar constancia de dos sorpresas recientes que he tenido con él. Ambas, positivas.

La primera fue cuando, el domingo 21 de noviembre, recibí una llamada suya ofreciéndome que participara en la presentación, en Madrid, cuatro días después, de su libro A las 10 en casa (Miguel Imaz, I).

La segunda sorpresa me dio la lectura del citado libro.

Veinte años después de empezar a tratarnos, me encontré con un Javier Postigo, a quien supuestamente conocía, pero que realmente no (lo que me da qué pensar, y mucho, sobre ese supuesto conocimiento con el que los seres humanos nos movemos –e incluso nos juzgamos unos a otros, hasta inmisericordemente).

“Javier no sé qué hago aquí”, arranqué mis breves palabras de presentación en la Librería La buena Vida-Café del Libro, a la que, con acierto, alguien –supongo que el propio Postigo- había invitado un amplio conjunto de personas, ellas sí más o menos directamente afectadas (no sé si es el adjetivo más propio) por el libro que se presentaba. Pero añadí, de inmediato: “En todo caso, te agradezco el que me hayasl hecho el honor de invitarme, y, junto a ello, impuesto la obligación de leer A las 10 en casa (Miguel Imaz, 1).”

Miguel Imaz I, aclaro, es la calle donostiarra en la que nació Javier Postigo, y no sé cuantos hermanos suyos más. Y el libro, para empezar, es una crónica-relato, no sé si decir novelada, de los años de infancia y pubertad de su autor, y no menos de su gentes y de gentes del barrio-pueblo-ciudad en la que han transcurrido ambas. Una crónica hecha desde la complicidad, desde la ternura y contada diáfanamente.

Esto para empezar.

Pero el libro, me pareció a mí, va más lejos. Intenté explicar a los presentes en el acto, y al propio Javier. Según avanzaba en su lectura, he tenido la sensación de que a través de las páginas del libro asomaba también, en no poca medida, una cierta crónica de mi propia vida. Según leía los detalles coloristas de la vida de Javier Postigo, me ha parecido ir escuchando una cierta música de fondo común de su vida y de la mía propia, además de la de otros muchos.

Es cierto que yo, por ejemplo, nací a sesenta y tantos kilómetros (kilómetros de los del año 1947, absolutamente distintos e infinitamente más largos que los actuales) de la Calle Miguel Imaz de San Sebastián; que en ningún momento tropecé, durante aquellos años, en ninguna de sus andanzas ni fechorías, ni con Javier Postigo ni con nadie que aparece en el libro; y que tuve un recorrido vital absolutamente distinto del que nos describe el autor como suyo.

Pero no menos cierto es que Javier Postigo, en su libro, deja asomar con naturalidad, junto a las pequeñas historias particulares, y a través de ellas, el ambiente y el transfondo de unos años en los que hemos coincidido en el tiempo, y en no se sabe en cuantas cosas más, muchos con Javier Postigo, con sus hermanos y con los nuestros, con sus amigos y los nuestros, con sus padres y los nuestros. Incluso desde la distancia y desde la diferencia. Y es mérito indiscutible del autor que haciendo sonar esa música de fondo particular y común a un tiempo, deje que a cada lector, especialmente a los que nos va siendo obligado mirar hacia atrás con cierta nostalgia, nos vayan fluyendo, con naturalidad, según se avanza en la lectura, nuestras propias historias, recuerdos y personajes, tan parecidos a los suyos por otra parte, o nos lo parece.

Eso, al menos, he sentido yo.

El libro, por todo ello, es una gozada. Yo, cuando menos, he gozado con su lectura.

Y termino con la reflexión con la que también finalicé mis breves palabras de presentación.

“Según he ido avanzando en las páginas, he ido llegando a la conclusión de que quizás la vida consista en dos vuelos de cigüeña. En el primer vuelo, una cigüeña nos trae a cada cual a su Javier Imaz I. Y nos hecha a andar para que nos dispersemos por el mundo. Al cabo de los años, no sé si la misma cigüeña u otra, tras tantas andanzas por no se sabe dónde, nos devuelve, con suerte, a cada cual a esa misma Javier Imaz I, donde nos dejó hace muchos años. Y, de regreso, vuelve uno a descubrir que toda la vida, en el fondo, está contenida en ese baúl, repleto de cosas que parecían no existir mientras andaban por ahí y que estaba en el Miguel Imaz I, de cada cual”

“El mérito tuyo, Javier Postigo, es que, además de dar con ese baúl propio, has sabido ir sacando de él, y mostrándonos a todos, con esa simplicidad y naturalidad tan difíciles, a través de las páginas de un libro –empezar a hacerlo, porque por esa vía hay cuerda para “rato- cuántos pequeños objetos, tan olvidados, guarda ese baúl, el tuyo y el de cada cual.

“Eskerrik asko”.


“…eta horrela bizitzen gera…”

Xabier Leteren heriotzak NEDS filma ikustetik ateratzean harrapatu ninduen, guztiz ustekabean. Iñigo Caminoren dei bat jaso nuen, horren berri emanaz.

Hurrengo egunean “zertxobait” bidaliko niola, nire erreflexio-sentipenak isladatuz, gelditu ginen.

Ondoren datorren idatzia bidali nion, goizean goiz, Xabier Leteren hil kapera bisitatzera joan aurretik.

Egon naiz nire idazlana zerbait luzatzeko, bisitaren ondoren. Baina ez. Azkenean, bueltaka buru-bihotzean ibili ondoren, esateko dudan gauzarik garrantzitsuena hor doala, “Izarren hautsa” poesi/kantaren letratik ateratako titularpean jarri ditudan hitz horietan, erabaki dut.

Norbaiti, ondoren irakurriko duenak, argi utziko ez balio, zera utzi nahiko nuke garbi, nolanahi eta badaezpadan: neuk ere ez dakit nola adierazi Xabier Leteri nire bizitzan diodan zorra. Horregatik bakarrik, nola utzi pasatzen bere heriotza zerbait idatzi gabe?

Paisaia genetiko ezezagun batek zeharkaturik jaiotzen gara. Ez gara, gainera, nonahi jaiotzen, paisaia familiar, geografiko, sozial, historiko eta herri paisaia baten barruan baizik.

Eta ondoren dator norbere bizia. Hau da, norbere, eta guztion, paisaia osatzen joatea.

Hirurogeiko hamarkadan, Euskal kantagintza berria plazaratu zen garaitan, agertu zen Xabier Lete nire, eta orduko euskaldun asko eta askoren, bizitzako paisaian.

Atzo arte? Ez, seguru nago ezetz.

Xabier Lete, mila arrazoi tarteko, paisaia horretan izango da, bihar eta etzi eta etzidamu… Ez bakarrik hirurogeiko hamarkadatik beti hor, gure paisaia pertsonalean izan dugunok biziko garen artean. Beti. Nik hala uste eta desio behintzat.

Guretzat, bere poesiak, bere kantak (bereizterik badago bien artean), bere pentsaerak, bere jarduerak, politikoak besteak beste; bere lankidetzak, horren suertea izan dugu eta batzuk bizitzan, gure bizitzako paisaia iraunkor eta orobat aldakor horren parte ukaezina dira. Eta hala agertzen dira, nonahi eta noiznahi presente eginaz.

Lagun baten heriotzaren urteurrena ospatzen dugula, eta Urepeleko Xalbadoren heriotzean osatutako poesi kantatuaren lagunartea baino hoberik ezin dugu aurkitu. Nafarroa hau eta hori, eta beste hura, izango da, baina guretzat beti harragoa, Letek erakutsi zigunez. Gure Euskal Herria beti izango da maite ezin eta behar dugun Euskal Herria. Altzateko Jauna hor izango dugu beti zain, noiz bere, eta gure, lurrera itzuliko. Noiznahi eta nonahi entzungo ditugu gure bizitzako paisaiaren edozein txoko eta gunetan, geu garen “gizon arruntaren koplak”. Etabar, etabar luze eta aberatsa..

Bizitzaren itsasontzia kaiatik urruntzen ari dela sentituko dugun bakoitzean, Habanako portua atzean uzten ariko bagina sentituko dugu, eta habanera bat kantatzen jarriko gara, isilean bada ere. Eta nire kasuan, denen gainetik: Beti izango dugu hor Izarren hautsa, =Mikel Laboa, paisaia horretako beste osagai ukaezina lagun batez ere= bizigai, norbere eta guztion bizitzaren paisaiaren izateko, lantzeko, osatzeko, berritzeko arrazoi. Arrazoi eta itxaropen.

Gu sortu ginen enbor beretik sortuko bai dira besteak. Eta beste horien paisaiatan, baita, bere egin dezaten, eta ondoren aldatu, beren gustura, hor utziko diegu geurea, Xabier Lete barruan.

Han goiko paisaian, eta hemen behekoan, hago, beraz, betirako, Xabier Lete.


El descontrol “pactado” de los controladores

No hacía falta que desde el Ministerio de Fomento nos fuera radiando, la tarde-noche del pasado viernes, lo que estaba ocurriendo en los aeropuertos españoles a raíz del plante de los controladores aéreos españoles para adivinar que había llegado la hora de la verdadera crisis. Y que, por lo mismo, había llegado la hora de que el Gobierno tomara, si alguna vez, las medidas necesarias para resolver este problema tan grave como enquistado.

Todavía conservo vivos en la memoria las conversaciones y debates que mantuvimos en el Congreso, están a punto de cumplirse los diez meses, con ocasión de la convalidación del Real Decreto-Ley 1/2010, de 5 de febrero, por el que se regula la prestación de servicios de tránsito aéreo, se establecen las obligaciones de los proveedores civiles de dichos servicios y se fijan determinadas condiciones laborales para los controladores civiles de tránsito aéreo.

Semanas antes, el Ministro Blanco, recién nombrado tal, había levantado, con ánimo de cazarla se supone, la liebre, hasta ese momento suelta y libre como pocos, de los controladores aéreos. Recordaré siempre que, ya entonces, surgía la duda de si ello iba a ser posible sin una crisis y sin unas medidas como las que acaba de tomar el Gobierno de Zapatero.

No había más que fijar la vista, con algún detalle, en dos aspectos del tema: a qué situación se había llegado con los controladores aéreos españoles; y para mí, no menos, cómo se había generado tal situación.

Que los controladores aéreos eran unos privilegiados y campaban a sus anchas es algo conocido porque ha sido la línea en la que ha insistido este Gobierno del PSOE y en la que el PP no ha tenido interés mayor en discrepar: sus sueldos eran fabulosos, sus condiciones de trabajo y jubilación no menos,… y todo eso que ya conoce todo el mundo.

Menor interés, ninguna más bien, han tenido, tanto el PSOE como el PP, en subrayar cómo se ha llegado a esta situación, como se lo recordé a ambos en el debate citado del pasado 11 de febrero. Porque la paradoja, y el auténtico escándalo de lo que han llegado a ser los controladores en el Estado español está en cómo un Gobierno tras otro, del año 1999 hasta nuestros días, han colaborado en que esto ocurriera. En efecto, no sin razón vienen repitiendo, al respecto, los controladores que el “status” alcanzado por ellos al cabo de estos años ha sido mediante la aplicación de un Convenio laboral, firmado tanto por parte los propios controladores como por parte de Aena, es decir, el Ministerio de Fomento.

El descontrol de los controladores, sea o no políticamente correcto que se diga ahora mismo, tiene, por lo mismo, responsables a un lado y otro del Convenio. Se debe a ambos firmantes.

A estas alturas de mi vida no me da la ingenuidad para pensar que un desmadre, tan desproporcionado como organizado y pactado, pudiera resolverse por esas apelaciones, que cada vez me resultan más falsas y evasivas, a que hay que negociar. He vuelto a escuchar, estos días nuevamente, no sé cuántas veces. Y cada vez me he preguntado: pero si este desmadre viene justamente de haber practicado tal supuesta negociación.
Debo confesar, por ello, con franqueza: más me hubiera extrañado que esto se hubiera resuelto por vía de pura negociación que sin pasar por las turbulencias de una crisis. El hecho de que en su día hubiera que recurrir a un Decreto Ley para mandar a tomar vientos el Convenio vigente firmado por ambas partes daba ya una pista clara de ello. Y, tras dicho decreto, de hecho, quienes hemos seguido viajando constantemente en los aviones hemos venido padeciendo, en tiempo de supuesta negociación, tal crisis, en dosis no siempre fácilmente digeribles.

El pasado viernes llegó la explosión. O el descontrol de la misma. Un nuevo Decreto Ley del Gobierno pudo haber sido la escusa de que hayamos asistido a una explosión en cadena que ha cubierto, con humo de puro desastre, a los propios controladores, el llamado cielo aéreo español, y más cosas, empezando por una historia que, en esto y en muchas más cosas, es una historia lamentable como pocas: la historia del Ministerio de Fomento del Gobierno de España.

Seguramente es uno de los Ministerios que, a lo largo de su historia, ha sido gestionado con más arrogancia y prepotencia, por los Gobiernos de turno, bien sea del PSOE bien del PP. He aquí uno de sus resultados. Pero hay otros, no menos llamativos y serios. Ahora que ha llegado la crisis económica, y ha llegado para quedarse, empezamos todos a tener constancia inapelable de los mismos. ¡Y lo que nos queda! Ni se sabe.